miércoles, 30 de octubre de 2013

``Sólo se nos dijo que la verdad nos haría libres´´


Por Fidel Ernesto / un cronista circunstancial

Un día, los filósofos griegos pensaron que encontrarían la verdad mediante un diálogo ameno entre amigos mientras disfrutaban de un banquete. Antes de ellos, consultarle al oráculo o a una pitonisa resultó más fácil para no agobiarse tanto con demasiadas preguntas y tanto vino. 


Cuando llegó la tradición judeo-cristiana, sólo se nos dijo que la verdad nos haría libres y que Cristo era la verdad. A lo mejor, y creo que esto ya lo sospechaba Sir Francis Bacon, lo más favorable a la ciencia que pudo haber hecho Poncio Pilatos después de lavarse las manos ha sido preguntar: ¿Qué verdad? A quiénes no les quedó claro ese tema de la verdad, se dedicaron a hacer ciencia y aprovecharon a Kant, Descartes y la ilustración como metodología para sus cálculos. 

El tema se solucionó por un momento, hasta que llegó otra persona a decir que no podemos conocer la verdad si ni siquiera hemos definido lo que significa enteramente el verbo ser. Y a decir además, que la ciencia se basa en un sistema de calculabilidad en el que arbitrariamente se dan por supuesto valores, fórmulas, y éstas a su vez, ecuaciones, pero que son sólo eso, puro arbitrio. El puro y universal asentimiento que se le otorga a la matemática por ejemplo. Pero, que eso no es en ningún modo la verdad ni significa lo mismo calcular que pensar. 

Entonces, y aunque ya estaban desde hace tiempo trabajando pero eran muchas veces ineficaces, se les dió valor a los espías. A pesar, que se les escapaban verdades importantes como por ejemplo, y en la época de la faceta imperial de España, la intentona republicana de la conspiración de Gual y España, la independencia de América Latina, o quizás, lo que le ocultaba a Carlos V el cuasi analfabeto militar Hernán Cortés en sus cartas criptografiadas. 

Otro día, después de casi dos milenios de los filósofos griegos, un ahora desaparecido dio la pista de lo que hoy representa el mayor problema de la diplomacia, la libertad, la intimidad y la seguridad. Entiéndase, el caso del espionaje masivo de agencias como la NSA, la DGSE, MI6, el CNI, la CIA. Ese desaparecido, al que llamaremos Ambrose Bierce, hizo un relato en el que se pueden deducir algunas conclusiones. La principal  que la verdad, al menos la de la geopolítica y la de la economía global, es cosa de espías. Por no decir, las más importantes. Con ellos, los gobiernos se ahorran todo lo anterior: un filósofo, un científico, un corredor de bolsa, un cura, un soldado raso, un mercenario, un analista de mercado, una pitonisa, un sicario, un adivino, un funcionario y hasta un escritor. Puesto, que los informes que éstos realizan, no necesitan de ficción y sus lectores están dentro de los más cotizados: ministros, presidentes, directores de bancos y generales. 

En definitiva, con ellos llegó también el día en que posiblemente la verdad se volvió una cuestión superada. Miles de kilómetros de fibra óptica, un enjambre de satélites, una manada de antenas como ejército perenne de suricatas y las microondas por supuesto, nos pueden llegar a responder las tantas preguntas que los mortales, los no-espías, es decir los espiados, todavía e ingenuamente nos hacemos. Como por ejemplo, las que podría hacerse un cantante de Reggae: 

Peace officer... are you a warrior?
Why yu carry so much ammunition,
More than an air craft carrier?

What ya gonna do, when there's, no more guns?
What ya gonna do, when there's, no more babys?

http://grooveshark.com/#!/s/PEACE+OFFICER/3GseBp?src=5 

O bien, esa otra e incómoda pregunta acerca de la moral cuando se la dirige a un militar aficionado de los juicios sumarios, los fusilamientos o las muertes extrajudiciales controladas a distancia. 

«En "Parker Adderson, filósofo", uno de sus cuentos, Bierce había tenido, quizá, la prefiguración de algunos instantes de su muerte. Es la historia de un espía federal, en la Guerra de Secesión, que cae en poder del enemigo. Antes de ser fusilado, el general lo interroga: 
–¿Cuál es su nombre?
–Puesto que he de perderlo al alba –responde el prisionero–, no vale la pena ocultarlo. Parker Adderson.
–¿Su grado?
–Muy humilde. Los señores oficiales son demasiado valiosos para confiarles misiones de peligro.
Soy sargento.
–¿De qué regimiento?
–Perdón. No he venido para dar datos sobre nuestras fuerzas, sino para averiguarlos sobre las suyas.
–¿Reconoce, pues, haberse infiltrado bajo un disfraz en nuestro campamento para obtener informes sobre el número y la moral de mis tropas?
–Sobre el número. La moral, ya la conozco. Es desastrosa.»

El violento oficio de escribir. Rodolfo Walsh.
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